LA CASA VIEJA Y OTROS RELATOS
ALMUERZO EN CHEZ ANTOINE (fragmento) María Laura Faltan tres horas. Tengo tiempo todavía. Mejor me doy un baño de una vez. O mejor no. Tengo tantos nervios que estoy segura de que voy a transpirar entera antes de vestirme. Okey, tranquila. ¿Cómo dijo Carola que tenía que hacer? Respirar hondo, aflojarme y pensar que no soy la única que está nerviosa, pensar que esto lo he deseado toda mi vida, etc., etc. Pero la realidad es que cuando lo pensaba, por años y años, en tantas noches desveladas, imaginando situaciones, nunca creí que iba a temblar de esta forma y no estoy saliendo por la puerta de calle todavía. Ni siquiera elegí qué carajo ponerme. Faltan más de dos horas, Laurita, calmate. Otra vez, me dije Laurita. No sé de dónde sale el diminutivo. Quién sabe qué nombre me hubiesen puesto ellos. ¿Habrán llegado a pensar en un nombre? No me atreví a preguntarles. Cobarde. Cuántas cosas no me atreví a preguntar. Carola dice que está bien, que tengo que hacerlo a mi tiempo y en forma natural. Pero no hay nada natural en todo esto, desde que les dije a los viejos que iba a ver a mis padres. Pero, ¿qué me pongo? No quiero ir en jeans. Si mamá no estuviese tan triste, la llamaría y le preguntaría. Pero no puedo, no la quiero cargar también con esta boludez de mis dudas de guardarropa. Ya los lastimé bastante. Pobres viejos. Se vinieron abajo, sonriendo, sosteniéndose entre ellos, con saliva, para no decepcionarme. Porque yo vi claramente en sus ojos lo que sintieron cuando les dije que iba a verlos. A ver a los otros. Qué quilombo. ¿Quiénes son los otros aquí? ¿Mis padres, o mis viejos? Ya los llamo “mis padres” y Carola dijo que está bien. Que son mis padres, porque a los viejos siempre les dije “mis viejos”. Pero Carola está en su consultorio y yo soy la que tengo que estar aquí, poner la cara, el cuerpo, el alma, en las manos de esos desconocidos que seguramente ni pensaron que me estaban engendrando, en quién sabe qué sitio, quién sabe cómo. ¿Habrán tenido un buen orgasmo? ¿Los dos? O seré fruto de algún encuentro casual y sin importancia... ¿Lo sabré algún día?... ¡Pero mirá las cosas que te preguntas, tarada! No sé cómo son ellos. Tengo miedo, sí, en serio, creo que tengo miedo de que me juzguen, que no me acepten. Pero Carola dijo que es normal este miedo, así que cortala y achicá el pánico, Laurita, ¡dejate de joder y metete en la ducha! Marisa Esta vez Gino me hizo un buen corte de cabello y el color quedó natural. Una suerte, porque no siempre le queda así. Quiero estar elegante y linda para ella. Y también, por qué no, para Ricardo, después de todos estos años. Un cuarto de siglo sin verlo. No me mandó ninguna foto, ni yo a él. La que le mandé por email a la nena era la mejor que tenía a mano. ¡Y ella es tan bonita! ¿Qué pensará de mí? Nos estaba buscando. La llamo “la nena”. Tantos años de pensarla, de sentirla mi nena. Sin querer permitirme darle una identidad que no sea la que tenía cuando la vi por primera y última vez. Cuando dejó de llorar y me miró y aunque sé que todavía no podía ver yo sentí que esos ojos me traspasaban hasta el fondo, como si supiera, como si me preguntara, como si me pidiera... Tantas veces reviví esos escasos minutos en que aquellas monjas me dejaron acunarla, un ratito nomás, pero no lo suficiente. “Como para que te acostumbrés”,dijeron. Qué sabrán ellas. ¿Acostumbrarse a un hijo? ¿Cómo una se puede acostumbrar, o no, a un trozo de sí misma, que está ahí para siempre y que no se puede separar, aunque esté lejos? Está ahí y es definitivo. Si hasta llegué a pensar que hubiese sido mejor no tenerla, mejor haber cometido un pecado mortal y que no naciera nunca (...) |